Manaus, Amazonas
Mensaje de María
¡La paz amados hijos míos!
Hijos míos, yo vuestra Madre, vengo del cielo para pediros que os decidáis a seguir el camino de la conversión que os indico y que viváis para Dios.
Yo os amo y mi Hijo Divino os ama también y su amor Divino y Santo Él desea daros. Pedid la fuerza de Dios para ser fuertes y perseverantes en vuestras vidas.
Yo estoy aquí para daros mis gracias y mi bendición. Mi Inmaculado Corazón es vuestra morada segura contra todo mal y pecado.
Rezad, rezad mucho para poder consolar el Corazón de mi Hijo Jesús que está muy ofendido. Éstos son los tiempos difíciles que yo os dije en el pasado. Rezad por la Santa Iglesia y por los Ministros de Dios que no son más fieles y que ofenden al Señor con terribles pecados.
Que vuestras oraciones, sacrificios y penitencias sean para ellos, para que sean tocados por la gracia divina y se arrepientan por haber sido infieles al Señor.
Os doy las gracias por estar aquí y por escuchar mi llamado a la oración. Volved a vuestras casas con la paz de Dios. A todos os bendigo: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Amén!
Hoy, la Madre Santísima me mostró una visión durante la aparición: vi una gran barca en medio del océano, entendí que era la Santa Iglesia. De repente, muchas embarcaciones menores llegaban de todos los lados para querer destruirla y hacerla ir al fondo de aquel inmenso océano. Eran muchas, llenas de hombres y de mujeres enfurecidos contra todo lo que recuerda a Dios y a los Santos. Estas embarcaciones comenzaron a disparar contra la barca grande y cuando ella era alcanzada, numerosos obispos y sacerdotes caían en el océano y eran engullidos por las aguas agitadas. Comprendí que es grande la batalla por la que Santa Iglesia está pasando, con tantos peligros y amenazas actuales, con tantos escándalos, errores y confusiones espirituales que están haciendo muchos Obispos y sacerdotes vivir en una vida equivocada distantes de Dios, a causa del poder, la lujuria y el dinero. Muchos de ellos, los que se hundían y eran engullidos por las aguas del océano, cuando la barca grande era alcanzada, se estaban dejando corromper por las seducciones y errores del mundo, que son los disparos de aquellas pequeñas embarcaciones hacían contra ellos. De repente, en lo alto del cielo, en frente de la barca, aparecieron la Virgen Santísima y el Glorioso San José brillando tan fuerte y la luz que irradiaba de ellos cegaba a todos aquellos hombres y mujeres que estaban queriendo destruir la barca. Solamente ellos podrán ayudarnos a permanecer en el camino santo del Señor, siendo fieles a Dios y a la verdadera fe, la cual profesamos en la Iglesia Católica, en los momentos difíciles de purificación y de pruebas que está pasando, sin jamás perder la esperanza y el coraje.
Entreguémonos sin cesar y con fe a los tres Sagrados Corazones unidos de Jesús, María y José, haciendo todos los días nuestra consagración a ellos.