Beata María de Jesús Deluil-Martiny
En el primer
sábado de septiembre de 1867, María se encontraba orando en una Iglesia cuando
Jesús le dirige la palabra:
“No soy conocido,
no soy amado. Quiero encontrar almas que me comprendan. Soy un torrente que
quiere desbordarse y cuyas aguas ya no pueden ser contenidas. Yo quiero
construir algunos vasos para llenarlos con las aguas de mi amor. Tengo sed de
corazones que me aprecien y que consigan cumplir el objetivo por el cual yo
estoy aquí. Soy ultrajado, soy profanado. Antes de que los tiempos acaben,
quiero ser compensado de todos los ultrajes que recibí. Yo quiero esparcir
todas las gracias que fueron rechazadas.”
María siente una tristeza profunda por el rechazo del mundo
que se opone a Jesús y escribe:
“El mundo no quiere nada de Él. Actualmente, están
aquellos que huyen de Él, que Lo odian y Lo rechazan; ellos intentan excluirLo
de los corazones y de la sociedad. Ante esa vergüenza, ante esos odios, ante
ese desprecio, ante esas impurezas satánicas, respondamos alto y firmemente: ¡es
necesario que Él reine!”
Con ese espíritu, el Papa Juan Pablo II incitaba a los
jóvenes a adora el Santísimo Sacramento:
“Que la adoración eucarística fuera de la Misa se vuelva
un compromiso especial para las diversas comunidades religiosas y parroquiales.
Permanezcamos largamente prostrados delante de Jesús presente en la Eucaristía,
reparando con nuestra fe y nuestro amor las negligencias y hasta los ultrajes a
que nuestro Salvador se ve obligar a soportar en tantas partes del mundo.
(Carta Apostólica Mane Nobiscum Domine, 7 de octubre de 2004,8).